Y llegó el día 22 de Mayo. Dicen que los mejores planes son los no planeados y así se volvió a cumplir. No estaba preparado el ir a la casa del mejor piloto de la historia y la sorpresa fue mayúscula. Nos íbamos a casa del Doctor, del número 46.

Tras tres horas de viaje en coche nos decidimos aventurar. Parking en el campo y unos dos kilómetros andando bajo un sol ardiente dirección Mugello. Mugello es más conocido como la casa de Valentino Rossi, localizada en el pueblo de Scarpería, integrado en la región de la Toscana. El piloto italiano es adorado por todo el mundo, un piloto que maneja la moto como nosotros los mandos de la videoconsola. Abordados por una marea amarilla nos dispusimos a llegar a tan ansiado circuito. Precios por las nubes en los bares y tiendas de productos oficiales adornaban el camino hacia el templo. Un número inundaba el trayecto, el 46. De fondo los motores rugían, todo se estaba preparando para una carrera épica.

La adrenalina crecía conforme nos íbamos acercando a la colina. Dos verjas nos separaban de la gloria, de una pista pintada con la ‘tricolore’ y por donde iban a pasar esos extraterrestres que habitualmente vemos por la tele. 130.000 personas vestidas de amarillo esperaban la salida de su dios, del más grande que el asfalto haya visto, él no pisa la carretera, la acaricia.

Bandera verde y a rodar. No se puede describir la sensación que te recorre el cuerpo cuando los pilotos pasan a tu lado a 300 km/h.  Lamentablemente ‘The Doctor’ duró 9 vueltas hasta que se le rompió el motor y, justo, en nuestra curva. Parecía señal del destino pero esas trazadas permanecerán en la mente para siempre.

Todo lo vivido, las dos horas en salir del autódromo, mereció la pena. Tener al mejor de la historia tan cercano te hacía sentir en el Olimpo. Un color, el amarillo, una sensación, la incredulidad, un deseo, que eso no terminara nunca. Afortunadamente podré contar a mis nietos: “Yo vi correr a Valentino Rossi”.

Juan Lorenzana Prieto